...quieres conocerme?

Mi foto
Sant Esteve de Palautordera, Barcelona
Hoy he descubierto el Verdadero Objetivo de la Vida: Ser Feliz.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Mi Minuto de Gloria (crónica de un parto)


El mío no fue un buen embarazo. Ya desde el principio empezaron las complicaciones: diabetes, arterias uterinas estrechas, percéntiles bajos, hipertensión, insuficiencia placentaria... y finalmente preeclamsia. Fueron siete meses terribles, y las visitas al médico un auténtico infierno, ya no por mí, que me encontraba estupendamente, sino porque cada visita era una mala noticia, y cada mala noticia un mazazo a mi recién estrenado corazón de madre.

Te hicieron mil ecografías, muchos controles y algunas pruebas específicas, todas con buenos resultados, gracias a dios. No puedo decir que fuera un viaje fácil, pero puedo afirmar que fue mágico tenerte en mi interior.

En fin...

Ocurrió un viernes por la mañana. Hacía semanas que sabíamos que había un retraso en tu crecimiento, y que la causa era un cúmulo de pequeñas complicaciones que, juntas, sumaban un gran problema. En una ocasión me enviaron a urgencias con la tensión por las nubes, y de urgencias me enviaron a casa, así que ese día, cuando mi ginecóloga me envió al hospital por segunda vez, embarazada de 34 semanas, me lo tomé a la ligera y me fui sin maletas ni papeles ni nada de lo que llevan las parturientas cuando van a parir, convencida de que en un par de horas estaría en mi sofá como cada tarde, leyendo revistas de bebés. ¡Qué equivocada estaba!

Cuando llegamos al hospital me conectaron a un monitor, y a tu padre lo dejaron en la sala de espera. Pasé unas tres horas conectada a la máquina, escuchando los latidos de tu corazón, adormilada. Me tomaban la tensión cada diez minutos y una ginecóloga entraba y salía y hacía sus anotaciones, y me preguntaba cosas como: “¿NOTAS SI SE MUEVE? ¿HAS NOTADO AL BEBÉ MOVERSE HOY?” Por lo visto estabas muy quieto, así que me dieron un zumo a ver si con el azúcar te espabilabas. Más tarde, tras el fracaso del zumo, me pusieron glucosa por vía intravenosa (me mareé y lloré cuando me pincharon la vía, y la enfermera se estuvo riendo de mí un buen rato) , hasta que un ginecólogo entró y dijo: “¿ESTÁIS LOCOS? ES DIABÉTICA, QUITAD LA VÍA Y VAMOS A HACER UNA ECOGRAFÍA, QUE ESTE NIÑO ESTÁ MUY INACTIVO”. Me hicieron la eco, y de nuevo un mazazo: la placenta estaba vieja, y a ti no te llegaba suficiente sangre. Además eras pequeño, muy pequeño para tu edad gestacional.

“VAMOS A SACARLO”

Cuando entró tu padre yo estaba llorando, ¡sólo estaba de siete meses!, y la ginecóloga nos explicó el plan: inducirían el parto y, si en un plazo de 24 horas no habías nacido, se practicaría una cesárea de urgencia. Así que nos metieron en una sala de dilatación, me pincharon otra vía y me hicieron unos análisis. Me aplicaron un fármaco para acortar y ablandar el cuello del útero (me dolió mucho y la enfermera me llamó quejica porque según ella no tenía que doler), ¡y a esperar! Entonces eran las 7 de la tarde, y a las 11 de la noche no había tenido ninguna contracción, así que nos subieron a la habitación y me dijo una enfermera: “INTENTA DORMIR, MAÑANA SERÁ UN DÍA DURO”.

Esa noche dormí mal, estaba muerta de miedo, me molestaban las vías y me sabía mal por tu padre, que dormía en la butaca. “OSCAR, DUERME CONMIGO”, y se metió en la cama. Abrazados, esperamos a que se hiciera de día. De las contracciones, ni rastro.

De pronto ¡PLOP! una sensación como de romper un globo, me desperté y un líquido caliente mojó las sábanas. “OSCAR, HE ROTO AGUAS”. Eran las 6 de la mañana. Un enfermero me bajó a mi sala de dilatación; era la mía porque había una fotocopia muy grande con mi nombre en la puerta. Qué curioso. Y otra vez conectada al monitor. Entonces empezaron las contracciones. Muy flojas al principio, eso sí, muy regulares y muy seguidas, apenas dos minutos entre ellas, y rápidamente se intensificaron. De vez en cuando venía una ginecóloga a hacerme un tacto, y me iba informando: “TIENES EL CUELLO BORRADO”, “ESTÁS DE 1 CENTÍMETRO”, etc. De fondo, los latidos de tu corazón, y tu padre sentado a mi lado, los dos de la mano, en silencio.

Llegó un momento en el que las contracciones se hicieron insoportables. No dolorosas, pero suficientemente molestas como para desear arrancarme las vías y los cables y ponerme a gruñir y hacer flexiones, o algo. Así que pedí una epidural, y me dijeron: “PASO NOTA”. Una hora después, la epidural no había llegado, aunque HABÍAN PASADO NOTA. Increíble. Indignada, me solté las correas decidida a dilatar de pie, caminando, o como buenamente pudiera. Eran las 8 de la mañana.

La hora siguiente transcurrió entre respiraciones profundas y períodos de relajación. ¡Contracción! respiración profunda, dolor, relajación, cabezadita. Se me empezaba a hacer imposible mantener la compostura, el anestesista brillaba por su ausencia, y cuando yo soltaba algún gemido un poco alto, entraba una enfermera y preguntaba: “¿QUÉ PASA?” y yo pensaba “QUÉ COÑO VA A PASAR? ¡QUE ME DUELE!”. Tu padre salía de vez en cuando, se fumaba un cigarro, bebía agua e informaba a mi madre, y luego entraba y nos reíamos de las enfermeras, y así pasábamos el rato.

A las 9 me hacen el último tacto. “ESTÁS DE CUATRO CENTÍMETROS”, y entonces ...aaaaaaaaaooooooooOOOOOOOOOOHHHHHHHHHHGGGGGGGGGGG!!!!!!!!!!!!! una presión INSOPORTABLE ahí abajo que me hace gritar como un troll y agarrarme al colchón como si hubiera de atravesarlo. La comadrona apenas ha sacado la mano después de hacer el tacto, y me suelta muy enfadada: “QUÉ EXAGERADA, TODAVÍA NO ESTÁS DE PARTO, ¿TÚ SABES LA SUERTE QUE TIENES? ¿SABES CUÁNTAS MUJERES PAREN SIN ANESTESIA EN EL MUNDO Y NO SE QUEJAN?” (manda cojones) y acto seguido entra una tromba de indiscretas batas blancas preguntando “¿QUÉ PASA?! ¿QUÉ PASA?!” y de pronto una contracción salvaje y otra trollada por mi parte, y viendo mi cara de poseída gritando “¡QUE SALE! ¡QUE SALE! ¡¡TENGO QUE EMPUJAR!!”, mi comadrona me hace un segundo tacto comentándole a su compañero que sólo estoy de 4 centímetros y... “¡¡VALE!! ¡¡DILATACIÓN COMPLETA!! ¡¡RÁPIDO!! ¡¡NO EMPUJES!! ¡¡NO EMPUJES!!” y alguien me coge la cara entre sus manos y grita echando espumarajos: “¡¡NO EMPUJES!! ¡¡SOPLA VELITAS!! ¡¡SOPLA VELITAS!!” y yo “¡FU! ¡FU! ¡FU! ¡FU!” y empieza la acción: las batas blancas retiran las vías, entra un camillero y me levantan en volandas, la cama se mueve y fluorescentes sobre mi cabeza y yo “¡FU! ¡FU! ¡FU! ¡FU!” y entramos al paritorio, son más de diez personas, me levantan en volandas, me sientan en un potro y ...aaaaaaaaaooooooooOOOOOOOOOOHHHHHHHHHHGGGGGGGGGGG!!!!!!!!!!!!! escucho una pregunta: “¿QUIERES UN PARTO DIRIGIDO?” que no obtendrá respuesta porque ya noto tu cuerpo salir, veo un culito minúsculo y unos testículos, tu padre llora con las gafas empañadas “¡¡YA ESTÁ AQUÍ, YA ESTÁ AQUÍ!!” y yo todavía no me lo creo. “VARÓN, 1,670 Kg. ¿DÓNDE ESTÁ EL PEDIATRA? ¡VAMOS! NOS LO LLEVAMOS A NEONATOS. PAPÁ, VEN TÚ TAMBIÉN”. Me enseñan brevemente tu cara, tienes un rostro pequeño y precioso, y mueves los ojos de un lado al otro, apenas me da tiempo a mirarte y ya se te llevan, papá te acompaña, y ya sólo quedamos la ginecóloga y yo.

Mi minuto de gloria. ¡Ha sido tan rápido!

“QUEDA EXPULSAR LA PLACENTA. LUEGO TE DOY DOS PUNTOS Y TE VAS”. Así que efectivamente, luego me voy, pues salgo del paritorio caminando y mirando mis pies manchados de sangre, y cuando me ven las batas blancas (que ya estaban fuera) se arrancan a aplaudir y a gritar “¡¡MUY BIEN!! ¡¡LO HAS HECHO MUY BIEN!!” y yo flipo y sonrío y me meto en mi sala (que todavía lleva mi nombre), me meto en mi cama, relajada, y espero paciente a que me lleven contigo. Ya no hay prisa. Soy tan feliz...