Mis Mujeres
Yo era una niña mimada. Hija única, una muñequita en un matriarcado de 5 mujeres: mi abuela y sus cuatro hijas, una de ellas mi madre.
Mi abuela llevaba el fregao: cocinaba, planchaba, me llevaba cada día al colegio y me iba a recoger. Me despertaba cada mañana y me peinaba, haciendo oídos sordos a mis quejas por su manera de hacerlo (a mis ojos, las coletas siempre estaban torcidas o poco tirantes). Yo era una déspota, y gritaba en extremo.
Me llevé más de un pescozón por ser tan quejica. El modo era éste: mi abuela levantaba la mano y la dejaba caer, perfectamente vertical hacia mi cráneo, de manera que el enorme anillo de oro de su dedo anular impactaba certero. Era un dolor agudo y punzante que me arrancaba un "Ayy!!" seguido de una risa, como cuando te das en los huesecillos del codo. Con el tiempo me dió también en la boca, según ella por hablar demasiado (reconozco que siempre he tenido la lengua muy larga). La nuestra era una verdadera relación madre-hija. Amor-odio.
No tengo un solo mal recuerdo de ella, sino todo lo contrario. Me divierte recordarla tal y como era: cabezona, mentirosa y algo ladrona (los mercadillos eran su objetivo preferido). Ociosa a las tragaperras y al bingo, una superviviente. Me educó a base de bien. ¡Cómo la quería! La llevo en el corazón.
Cabe decir que el enorme anillo de oro lo heredé yo, por derecho legítimo. :)
(…) Mis tías eran jóvenes cuando yo nací. Dos de ellas tenían novio y estudiaban. La otra tenía un bar de copas con mi madre. Las tres me querían (me quieren) como a una hija, me cargaban a cuestas y salían con sus amigos. Yo era una más de la pandilla. Era parte de Su Vida.
Recuerdo las excursiones al Tibidabo, a la playa de la Barceloneta, a la Plaza Catalunya a dar de comer a las palomas. Recuerdo la escuela de adultos a la que asistía mi tía Carmina y a la que, por extensión, iba también yo. Su profesor me sentaba en un pupitre y me daba unos folios y unos lápices, y allí echaba las horas pintando.
Recuerdo la habitación con literas, los zapatos de tacón y los sujetadores por doquier. Recuerdo a los chicos con los que salían, los discos de Camilo Sesto y Raphael, la afición de mi tía Mari a la música de Miguel Bosé, y las escandalosas e interminables fiestas de cumpleaños que celebrábamos.
Recuerdo que el novio (ahora marido) de mi Madrina era un poco bruto, y cuando jugaba conmigo, yo acababa siempre llorando.
Más tarde, cuando crecieron y se casaron, recuerdo las casas en las que vivieron, y los fines de semana que pasé con ellas y mis primos pequeños, rodeada de amor, pero fría por dentro. Siempre sola. Lejos de mi madre.
(…) En cuanto a ella, tengo pocos recuerdos de la infancia. Recuerdo que siempre estaba durmiendo, trabajando o por ahí. Recuerdo sus regalos. Cómo confió mi educación a terceras personas.
Siempre tuvo otras prioridades. Trabajo. Dinero. Novios. Recuerdo a cada uno de ellos. Cómo ocupaban mi sitio y la alejaban de mí. Los buenos colegios que me pagó, la ropa de marca que me compró. Las largas vacaciones en la casa de la playa, en la que nunca estuvo más de tres días seguidos.
Recuerdo sus falsas promesas, mis llantinas y mi frase más amarga, que le repetía casi a diario: “Mama, no me mientas”.
Ahora me dice Te Quiero cada vez que me llama por teléfono.
Ya no me miente.
Pero sigue yendo por libre, sola, en su mundo.
(…) ¿Y mi padre?
No, a él no le recuerdo.
P.D. Te quiero, mama. Pero hoy me duele.