Siete de la mañana. Sueña el despertador. Y digo sueña, porque lleva horas sonando con la vana esperanza de que yo lo apague. Fuera hace un viento brutal, lo escucho muy bien. El viento es un factor determinante en mis despertares. De él depende un despertar lento, perezoso, feliciano camino a la ducha, o un despertar brusco, procedido de un "mierda", corriendo a asomarme a la ventana. Hoy es
mierda,
así que me toca salir corriendo a mirar fuera. Y allí está. O mejor dicho:
no está.
No está la jardinera. Con mi hermoso ejemplar de
Rosmarinus officinalis 'Prostratus' que, como su nombre indica, está postrado, ...pero que en este caso está
empotrado. Empotrado abajo, en el callejón, delante de un coche negro con el techo levemente abollado (...)
mierrdaaa...!
A ver: piensa. Dispongo de 40 minutos. Si bajo ahora, con el pijama rojo, calcetines de Epi y Blas, abrigo y zapatillas, lo más probable es que me sorprenda la ley de Murphy en forma de vecino, o de algo peor. Además es hora punta en el pueblo, ya escucho arrancar varios coches. Mejor me espero. A las ocho habrá menos gente.
Dicho y hecho. Me meto en la ducha, me visto. Desayuno y me pongo el abrigo. Miro por la ventana. ¡Bien! Una chica está subiendo al coche negro abollado. ¡Bieeen! No parece ver nada raro en el coche. En dos minutos se habrá ido y bajaré a por la jardinera. Me aparto de la ventana, oigo un motor de coche y bajo pitando las escaleras. Sin bolso ni nada, sólo las llaves y la cara de demonio, silbando un tema imaginario y riendo para mí misma. Abro la puerta, giro la calle a paso ligero, me meto en el callejón -que no tiene salida-, y se me baja la sangre a los pies. El coche sigue ahí, y la chica está dentro. La jardinera está enmedio, y la ventana está encima. Y yo estoy delante y ahora detrás.
He pasado de largo el coche, la mirada perdida, intentando no mirar ni a la chica, ni a la jardinera, ni hacia la ventana. Cualquier objetivo me delatará, así que mejor evitarlos todos. Paso de largo y me quedo de pie, esperando un coche ficticio que ha de salir del párking del edificio. La chica me mira por el retrovisor, entre curiosa y mosqueada por lo absurdo de la situación. Y yo la miro a ella.
Después de tres largos minutos, diez cruces de miradas y unos cuantos
matojos rodantes, la chica se cansa y mete primera. Saca el coche lentamente, mirándome a través del espejo, aplastando -en mi cara no se mueve ni un músculo- parte de mi hermoso ejemplar de
Rosmarinus officinalis 'Prostratus' que, como su nombre indica, está postrado, ...pero que en este caso vuelve a estar doblemente empotrado en el asfalto, y desaparece calle abajo.
En ese momento, consciente de mi triunfo, recojo la jardinera herida y la subo a casa. Sin bolso ni nada, sólo las llaves y la cara de demonio, silbando un tema imaginario y riendo para mí misma.